Por: Alexandra Suberví Bello
DIARIO ORIENTAL, SANTO DOMINGO.- Afortunadamente, hasta los universos ficticios más elaborados pueden convertirse en laboratorios de aprendizaje extraordinariamente valiosos, ofreciendo lecciones y estrategias tangibles que todo profesional de Compliance puede integrar de manera efectiva en su práctica diaria, de forma que el invierno no les sorprenda de golpe.
A lo largo de ocho temporadas épicas, Game of Thrones logró algo extraordinario. Bajo el velo de la fantasía medieval, construyó un laboratorio de comportamiento organizacional sin precedentes. La serie diseccionó con precisión quirúrgica las consecuencias del liderazgo tóxico, la gobernanza sin marcos normativos y la erosión reputacional sistemática. Cada caída estrepitosa de sus personajes se convierte en un caso de estudio revelador. Las organizaciones que operan sin controles internos robustos, que ignoran las señales de alerta temprana o que priorizan resultados a corto plazo sobre la integridad institucional, inevitablemente enfrentan crisis sistémicas que un programa de Compliance bien estructurado podría haber prevenido.
El verdadero poder, tanto en los Siete Reinos como en el mundo corporativo, no está solo en conquistar territorios o mercados, sino en saber mantenerlos con reglas claras y coherencia.
El Compliance, en este contexto, se convierte en el verdadero escudo invisible. Así como la Guardia de la Noche vigilaba sin descanso para proteger a los Siete Reinos de amenazas externas, el cumplimiento corporativo protege a las organizaciones de riesgos internos y externos que muchas veces parecen invisibles… hasta que es demasiado tarde.
La historia de Robert Baratheon ilustra perfectamente esta vulnerabilidad sistémica. Durante años, logró mantener el reino aparentemente estable, pero su reinado carecía del elemento fundamental que distingue la supervivencia de la sostenibilidad: un sistema de controles internos robusto. Robert delegó sin supervisión, nunca estableció una cultura de accountability y permitió que sus consejeros operaran en compartimentos estancos, compitiendo por esferas de influencia sin coordinación estratégica.
Este vacío estructural revela una lección crítica para el mundo corporativo. Cuando las organizaciones dependen exclusivamente del carisma o la autoridad de una figura central, sin desarrollar marcos de gobernanza institucional, cualquier crisis puede exponer la fragilidad del sistema completo. La improvisación puede funcionar en tiempos de bonanza, pero colapsa dramáticamente cuando las circunstancias demandan respuestas coordinadas y basadas en protocolos previamente establecidos.
El reinado de Joffrey Baratheon, por su parte, representa un caso de estudio devastador sobre liderazgo disfuncional y sus efectos cascada. Bajo su mandato, el reino no solo se desestabilizó; se transformó en un sistema donde la arbitrariedad reemplazó a la justicia y el capricho personal sustituyó a la gobernanza institucional. Su liderazgo tóxico ilustra con claridad meridiana las consecuencias de lo que los especialistas denominan "tone at the top negativo".
Cuando las decisiones ejecutivas se caracterizan por impulsividad, las sanciones carecen de proporcionalidad y la ética brilla por su ausencia, el mensaje que permea toda la organización es inequívoco. En el entorno corporativo, este fenómeno genera lo que podríamos llamar "normalización de la desviación". Cuando la alta dirección opera al margen de las normas declaradas, el resto de la estructura organizacional interpreta esta incoherencia como autorización tácita para que "todo vale", desencadenando una espiral de multiplicación exponencial de riesgos operacionales, reputacionales y regulatorios.
Cersei Lannister, en cambio, poseía todo lo que los manuales de liderazgo consideran esencial: visión estratégica, recursos abundantes, inteligencia operativa y determinación inquebrantable. Sin embargo, cometió el error más costoso que puede cometer cualquier líder; confundir poder con autoridad, y autoridad con legitimidad.
Su aparente brillantez estratégica ocultaba una ceguera fundamental respecto al funcionamiento real de los sistemas de poder sostenible. Mientras acumulaba victorias tácticas, destruía sistemáticamente el capital social que hace posible cualquier liderazgo duradero. Cada decisión calculada pero éticamente cuestionable, cada alianza rota por conveniencia, cada promesa incumplida por oportunismo funcionaba como una cuenta regresiva hacia su propia obsolescencia. En el entorno empresarial contemporáneo, esta lección resuena con intensidad particular. Las organizaciones pueden exhibir todos los indicadores de éxito (crecimiento sostenido, márgenes saludables, innovación constante, liderazgo de mercado) pero si han comprometido su integridad en el proceso, si han erosionado la confianza de stakeholders críticos, si han priorizado resultados sobre relaciones, están construyendo su éxito sobre arena movediza. Cuando llega la crisis, y siempre llega, descubren que los números positivos no pueden compensar la ausencia de confianza institucional. El castillo corporativo se derrumba no por ataques externos, sino por la ausencia de cimientos relacionales sólidos que lo sostengan desde dentro. Porque si algo nos enseñaron los Lannister es que las deudas siempre se pagan. Y la deuda de no tener un Compliance sólido es la más cara de todas.
En definitiva, la historia de los Siete Reinos nos enseñó la lección más contundente que puede aprender cualquier organización. Y es que mientras todos miraban hacia los enemigos obvios, la verdadera destrucción se gestaba en los lugares donde nadie vigilaba. Los Siete Reinos se desangraron en guerras intestinas, ignorando que su extinción llegaría desde más allá del muro, donde habitaba una amenaza que no respetaba fronteras, alianzas ni protocolos diplomáticos. Esta ceguera estratégica define perfectamente el error más común en gestión de riesgos corporativos: obsesionarse con competidores visibles mientras los verdaderos predadores organizacionales (corrupción que se incuba en silencio, fraude que opera bajo la superficie, regulaciones que cambian sin previo aviso, crisis reputacionales que explotan viralmente) permanecen fuera del radar hasta que es demasiado tarde para reaccionar.
El Compliance auténtico no puede ser un departamento que produce reportes. Debe evolucionar hacia un sistema inmunológico organizacional que respira, aprende y se adapta. Cuando opera con esta sofisticación, se convierte en algo más poderoso que cualquier muralla física. Se convierte en una barrera inteligente que no solo repele amenazas conocidas, sino que detecta y neutraliza peligros que aún no tienen nombre.
Y es que, como bien reza el juramento de la Guardia de la Noche, la guardia del Compliance ha comenzado y jamás descansa.
Por: Alexandra Suberví Bello.
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